jueves, 13 de marzo de 2014

El eco de sus pasos

Corre tras un margen ilusorio de recuerdo, precedido por la sutil penumbra de una ausencia lejana. Cuando el sendero se bifurca se deja impulsar por el viento, de modo que cuando regresa la calma, inquieta y artificial, sus pies desatentos la invitan a tropezar contra pequeños abismos. Y cuando la luz no hace constancia de su estadía, ella baila con sombras que no ve y se sumerge en ese instante eterno, entregándose a la voluntad de la niebla y al designio del olvido.

Persigue la ilusión en la penumbra, dejando al margen del recuerdo toda ausencia lejana. A veces traza el contorno de un perfil con espuma para no olvidar su rostro mientras se funde con la inexistencia. Y cuando la intacta aurora se oculta entre las sombras, ella sigue el eco de sus pasos y se sumerge en una certeza ciega, entregándose a su propio rumbo y a una calma semejante a la calidez del sol.

viernes, 21 de febrero de 2014

El último eco

Y cae el telón con sórdido llanto, abrazando la sala que poco a poco es designada por la solitaria penumbra. Mientras, el público envuelve la estancia con aplausos inertes y el eco distante se filtra por las puertas que jamás volverán a verlo suspirar: son ahora las sombras quienes aclaman la obra. Al instante, una de ellas, anónima y atrevida, permite a la primera lágrima recorrer su rostro, de modo que las demás comienzan a explorar el lugar, eternamente atadas al llanto de una canción perdida entre los últimos vestigios de sonido. El guión y la música caen sepultados, con ingrávido pesar, entre el polvo y la nostalgia que inundan el escenario sobre el que vagan los fantasmas de las sonrisas que una vez allí afloraron. El resto aguardan escondidos el foco de luz que arranque la tristeza yacente en los asientos, pasillos y paredes; pero ese foco nunca llegará, por lo que recae sobre el tiempo el protagonismo de la historia.

No hay voz que indique el ritmo y pocos son los que saben tocar un instrumento mudo o darle vida a las notas del viento. Sólo quedan sombras y el recuerdo inmutable de aquella última obra en la mente de nadie. Sólo queda silencio.

lunes, 17 de febrero de 2014

No quedan sueños

No queda aroma en las mañanas que le reste insomnios al olvido. El café se derrama, como dogma de la rutina, sobre el periódico aún cerrado y los surcos marrones se desplazan con natural indiferencia entre los temas insustanciales que decoran el entretenimiento matutino. El viento, custodiando el legado de la atmósfera urbana, arrastra el fantasma de las hojas del otoño y transporta sin rumbo dos entradas de un concierto programado para la noche posterior. Los transeúntes se desplazan con una prisa calculada y sus buenos días se traducen en suspiros ahogados por el eco de los pasos. Algunos visten abrigos para evadirse de la falta de calidez que habita bajo su piel. Nadie piensa en hadas, ni en violines ni miradas. Nadie se acuerda de los fuegos artificiales, ni de las nubes con formas de animales sobre un cielo azul.

No quedan sueños en las noches que le añadan anhelo a la vida.

viernes, 14 de febrero de 2014

Una mirada sin refugio

Se liberan dulcemente del amago nocturno, del polvo de la eternidad, dejando como único indicio de presencia un verso lejano. Acto seguido se reúnen entre el gentío sin rostro, justo donde convergen las calles del olvido y se entregan al resplandor que ofrece una mirada concreta, una mirada sin refugio y con destellos de silencio en el nombre. Alguien la busca, la observa desde la distancia, desde el puente y desde la proa del barco sin rumbo, y se desvanece en el instante en el que se cruzan sus pensamientos. Cae entonces una palabra del verso al charco profundo, por cuya superficie danza una figura etérea, tal vez aquella que habita en la sombra del día; el fantasma del resplandor sin refugio.

Quién sabe dónde se reúnen las palabras perdidas o a dónde van aquellos que no grabaron su nombre en la memoria ajena. Quién sabe por qué, de vez en cuando, la ausencia de dos estrellas persiste en el firmamento.


viernes, 31 de enero de 2014

Cuerdas abandonadas

La calma amueblaba la estancia. Componía desde el veteado de la mesa hasta su expresión indefinida, tal vez absorta en el vacío. Los compases se engullían mutuamente, concibiendo así al más puro de los silencios, que acariciaba con profunda parsimonia las cuerdas abandonadas del instrumento musical que yacía junto a su regazo. Era un violín corriente, notablemente deteriorado por el uso, y destacaba tanto como lo haría cualquier otro obtenido al precio más bajo del mercado. En su dorso podía advertirse una palabra grabada con elegancia, tal vez el nombre del propietario, pero ya apenas constituía un murmullo inaudible que pocos se molestaban en proferir.

El chirrido de una puerta interrumpió el intervalo de silencios y en breve el sonido de unos pies que se desplazaban con familiar soltura por el lugar culminaron con la presencia de la calma, sustituyéndola por un continuo ir y venir y empaquetar de cajas. No transcurrió mucho tiempo hasta que la puerta volvió a estar cerrada, tal y como había permanecido desde hacía meses atrás.

La calma amueblaba de nuevo la estancia. Componía desde el veteado de la mesa hasta las cuerdas abandonadas del violín. Los compases se engullían mutuamente, concibiendo así al más puro de los silencios, que acariciaba con profunda melancolía un vacío del lugar, justo al lado del deteriorado instrumento musical. Tal vez si hubiese habido alguien en la estancia, éste habría hecho destilar la música entre la calma, ahuyentando así al silencio de aquella vieja habitación sin propietario.



viernes, 24 de enero de 2014

Cuentos de bienvenida

Donde dos alas rotas se conocen entre las ramas de un árbol cortado, con el rojo tiñendo la atmósfera e inundando sus pensamientos abandonados. Mora su existencia bajo la piel, con una mano asiendo el corazón y la otra tratando de atrapar una fugaz distancia; no saben dónde están ni que les hizo llegar allí. Unas garras invisibles marcan sus extremidades y al pasado dicen cada noche que les atemoriza volver. Dos tumbas huecas se extienden comprimidas hacia el horizonte: rebosan cuentos de bienvenida. Creen haberse vistos los rostros tras el tronco de un regio árbol, cuando la canción de un tocón solitario no era más que un susurro apagado. Escribieron una historia en sus hojas, tal y como versaba la melodía, sin embargo, ya no pueden albergar certeza en sus memorias porque las escenas de rojo les ciegan la claridad y porque las aves muertas no pueden recordar.

viernes, 17 de enero de 2014

Cristales de terciopelo

Los árboles dedican todos sus pensamientos a su persona, incluso los ancestrales ojos del firmamento, serenos y regios en el manto nocturno, danzan atentos entorno a los delicados movimientos que ejecuta. Cada suspiro atrae una mirada y cada mirada origina que el viento detenga su labor en símbolo de deferencia. Claramente ella no es consciente de que el paisaje se arrodilla ante su presencia, al igual que uno mismo no suele percatarse del momento en el que parpadea. Es algo ligado a su naturaleza, tan trivial que ni siquiera repara en ello. Incluso en el caso de que así no fuese, todo le resultaría ajeno e indiferente, pues se halla demasiado ensimismada con sus pensamientos. Quién sabe si se está preguntando qué sonido harán los violines al masticar el desayuno o si simplemente está preocupada por temas de índole social. Quién sabe si las comisuras de sus labios se alzan para componer una sonrisa o si tan solo se trata de un gesto para ocultar las penas.

-Lágrimas de músico sobre negro lienzo- Dice mientras eleva la vista hacia el cielo. Siempre ha sentido atracción por la pintura y la música, de hecho, la evoco comentándome en una ocasión que su sueño era dibujar la sinfonía del último viento de otoño.

-Sin embargo, parece que la luna está feliz- Respondo, y ella centra su atención en el suelo bañado de verde oscuro, haciendo caso omiso de la expresión que sugiere aquel satélite natural.

Guardo silencio y me concentro en proseguir el recorrido que había trazado en mi mente días atrás. El camino era sencillo: únicamente debíamos rodear el bosque hasta encontrar el acantilado que, incluso durante el día, se alzaba entre la bruma. Tardamos escasos minutos desde que lo avistamos hasta que nos situamos en él, justo al borde que separa la tierra del abismo.

-¿Ves esa flor?- Pregunto señalando una hermosa planta que se agita solitaria en dicho límite.

-La veo. Es preciosa.

-Así es. Y supongo que concordarás conmigo en que sería un error atroz arrancarla de ese lugar. Privarla del viento, de un lienzo de nubes, de la atenta mirada de curiosas aves; todo para que resplandezca brevemente en el bonito jarrón de una estancia cualquiera. Tú eres esa flor- Comencé- Es por ello que jamás me perdonaría despojarte de tu belleza, aun si con ello te salvase de tu propia tragedia, para que duermas en un silencioso dolor camuflado, decorado con cristales de terciopelo.