viernes, 31 de enero de 2014

Cuerdas abandonadas

La calma amueblaba la estancia. Componía desde el veteado de la mesa hasta su expresión indefinida, tal vez absorta en el vacío. Los compases se engullían mutuamente, concibiendo así al más puro de los silencios, que acariciaba con profunda parsimonia las cuerdas abandonadas del instrumento musical que yacía junto a su regazo. Era un violín corriente, notablemente deteriorado por el uso, y destacaba tanto como lo haría cualquier otro obtenido al precio más bajo del mercado. En su dorso podía advertirse una palabra grabada con elegancia, tal vez el nombre del propietario, pero ya apenas constituía un murmullo inaudible que pocos se molestaban en proferir.

El chirrido de una puerta interrumpió el intervalo de silencios y en breve el sonido de unos pies que se desplazaban con familiar soltura por el lugar culminaron con la presencia de la calma, sustituyéndola por un continuo ir y venir y empaquetar de cajas. No transcurrió mucho tiempo hasta que la puerta volvió a estar cerrada, tal y como había permanecido desde hacía meses atrás.

La calma amueblaba de nuevo la estancia. Componía desde el veteado de la mesa hasta las cuerdas abandonadas del violín. Los compases se engullían mutuamente, concibiendo así al más puro de los silencios, que acariciaba con profunda melancolía un vacío del lugar, justo al lado del deteriorado instrumento musical. Tal vez si hubiese habido alguien en la estancia, éste habría hecho destilar la música entre la calma, ahuyentando así al silencio de aquella vieja habitación sin propietario.



viernes, 24 de enero de 2014

Cuentos de bienvenida

Donde dos alas rotas se conocen entre las ramas de un árbol cortado, con el rojo tiñendo la atmósfera e inundando sus pensamientos abandonados. Mora su existencia bajo la piel, con una mano asiendo el corazón y la otra tratando de atrapar una fugaz distancia; no saben dónde están ni que les hizo llegar allí. Unas garras invisibles marcan sus extremidades y al pasado dicen cada noche que les atemoriza volver. Dos tumbas huecas se extienden comprimidas hacia el horizonte: rebosan cuentos de bienvenida. Creen haberse vistos los rostros tras el tronco de un regio árbol, cuando la canción de un tocón solitario no era más que un susurro apagado. Escribieron una historia en sus hojas, tal y como versaba la melodía, sin embargo, ya no pueden albergar certeza en sus memorias porque las escenas de rojo les ciegan la claridad y porque las aves muertas no pueden recordar.

viernes, 17 de enero de 2014

Cristales de terciopelo

Los árboles dedican todos sus pensamientos a su persona, incluso los ancestrales ojos del firmamento, serenos y regios en el manto nocturno, danzan atentos entorno a los delicados movimientos que ejecuta. Cada suspiro atrae una mirada y cada mirada origina que el viento detenga su labor en símbolo de deferencia. Claramente ella no es consciente de que el paisaje se arrodilla ante su presencia, al igual que uno mismo no suele percatarse del momento en el que parpadea. Es algo ligado a su naturaleza, tan trivial que ni siquiera repara en ello. Incluso en el caso de que así no fuese, todo le resultaría ajeno e indiferente, pues se halla demasiado ensimismada con sus pensamientos. Quién sabe si se está preguntando qué sonido harán los violines al masticar el desayuno o si simplemente está preocupada por temas de índole social. Quién sabe si las comisuras de sus labios se alzan para componer una sonrisa o si tan solo se trata de un gesto para ocultar las penas.

-Lágrimas de músico sobre negro lienzo- Dice mientras eleva la vista hacia el cielo. Siempre ha sentido atracción por la pintura y la música, de hecho, la evoco comentándome en una ocasión que su sueño era dibujar la sinfonía del último viento de otoño.

-Sin embargo, parece que la luna está feliz- Respondo, y ella centra su atención en el suelo bañado de verde oscuro, haciendo caso omiso de la expresión que sugiere aquel satélite natural.

Guardo silencio y me concentro en proseguir el recorrido que había trazado en mi mente días atrás. El camino era sencillo: únicamente debíamos rodear el bosque hasta encontrar el acantilado que, incluso durante el día, se alzaba entre la bruma. Tardamos escasos minutos desde que lo avistamos hasta que nos situamos en él, justo al borde que separa la tierra del abismo.

-¿Ves esa flor?- Pregunto señalando una hermosa planta que se agita solitaria en dicho límite.

-La veo. Es preciosa.

-Así es. Y supongo que concordarás conmigo en que sería un error atroz arrancarla de ese lugar. Privarla del viento, de un lienzo de nubes, de la atenta mirada de curiosas aves; todo para que resplandezca brevemente en el bonito jarrón de una estancia cualquiera. Tú eres esa flor- Comencé- Es por ello que jamás me perdonaría despojarte de tu belleza, aun si con ello te salvase de tu propia tragedia, para que duermas en un silencioso dolor camuflado, decorado con cristales de terciopelo.

lunes, 13 de enero de 2014

Solitaria caracola

Las lágrimas del océano la abrazaron cálida y nostalgicamente, como el anochecer que precede al primer amanecer de verano. La arena le mostró sus tesoros más secretos y el viento suspiró en sus oídos la nana que inauguró sus días pero esta vez con un matiz que indicaba despedida. La luna contempló sus ojos por última vez, elogiando con reprendida envidia que en ellos latía un brillo que cualquier estrella de su cielo anhelaría. Todos acompasaron sus recuerdos al son de las olas y observaron con profunda tristeza la espuma que decoraba el borde del agua y el ingrávido adiós que quedó atrapado en una solitaria caracola.

martes, 7 de enero de 2014

Viaje

Las ventanas llevan todo el trayecto alardeando de capturar miradas mientras yo me deleito en mi poblada soledad. Hay múltiples rostros decorando la escena; para mí ninguno tiene nombre y su cometido es únicamente hacer la vida menos artificial. Todo se envuelve en conversaciones conexas a una existencia normal: "que si hoy no trabajo, que qué vamos a comer hoy, oh ¿se ha muerto tu perro?  Los niños no deben de estar bien". Pero yo sé que son palabras vanas, creadas para amueblar el entorno, y que en cuestión de minutos esas bocas se desvanecerán. Sólo estamos yo, mis manos, mis pies y las olas de incesante vaivén.

Vuelvo a mirar la ventana, como si nunca me hubiese ausentado de su conversación. Esta vez guarda silencio, parece inerte, por lo que puedo contemplar lo que hay tras el cuerpo que afirmaba ser atrayente. Veo el cielo, el mar y la tierra que se aleja conforme yo avanzo hacia otro lugar. Ahora es ella quien dice "yo soy vida y tú mi complemento artificial".