viernes, 31 de enero de 2014

Cuerdas abandonadas

La calma amueblaba la estancia. Componía desde el veteado de la mesa hasta su expresión indefinida, tal vez absorta en el vacío. Los compases se engullían mutuamente, concibiendo así al más puro de los silencios, que acariciaba con profunda parsimonia las cuerdas abandonadas del instrumento musical que yacía junto a su regazo. Era un violín corriente, notablemente deteriorado por el uso, y destacaba tanto como lo haría cualquier otro obtenido al precio más bajo del mercado. En su dorso podía advertirse una palabra grabada con elegancia, tal vez el nombre del propietario, pero ya apenas constituía un murmullo inaudible que pocos se molestaban en proferir.

El chirrido de una puerta interrumpió el intervalo de silencios y en breve el sonido de unos pies que se desplazaban con familiar soltura por el lugar culminaron con la presencia de la calma, sustituyéndola por un continuo ir y venir y empaquetar de cajas. No transcurrió mucho tiempo hasta que la puerta volvió a estar cerrada, tal y como había permanecido desde hacía meses atrás.

La calma amueblaba de nuevo la estancia. Componía desde el veteado de la mesa hasta las cuerdas abandonadas del violín. Los compases se engullían mutuamente, concibiendo así al más puro de los silencios, que acariciaba con profunda melancolía un vacío del lugar, justo al lado del deteriorado instrumento musical. Tal vez si hubiese habido alguien en la estancia, éste habría hecho destilar la música entre la calma, ahuyentando así al silencio de aquella vieja habitación sin propietario.



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