viernes, 21 de febrero de 2014

El último eco

Y cae el telón con sórdido llanto, abrazando la sala que poco a poco es designada por la solitaria penumbra. Mientras, el público envuelve la estancia con aplausos inertes y el eco distante se filtra por las puertas que jamás volverán a verlo suspirar: son ahora las sombras quienes aclaman la obra. Al instante, una de ellas, anónima y atrevida, permite a la primera lágrima recorrer su rostro, de modo que las demás comienzan a explorar el lugar, eternamente atadas al llanto de una canción perdida entre los últimos vestigios de sonido. El guión y la música caen sepultados, con ingrávido pesar, entre el polvo y la nostalgia que inundan el escenario sobre el que vagan los fantasmas de las sonrisas que una vez allí afloraron. El resto aguardan escondidos el foco de luz que arranque la tristeza yacente en los asientos, pasillos y paredes; pero ese foco nunca llegará, por lo que recae sobre el tiempo el protagonismo de la historia.

No hay voz que indique el ritmo y pocos son los que saben tocar un instrumento mudo o darle vida a las notas del viento. Sólo quedan sombras y el recuerdo inmutable de aquella última obra en la mente de nadie. Sólo queda silencio.

lunes, 17 de febrero de 2014

No quedan sueños

No queda aroma en las mañanas que le reste insomnios al olvido. El café se derrama, como dogma de la rutina, sobre el periódico aún cerrado y los surcos marrones se desplazan con natural indiferencia entre los temas insustanciales que decoran el entretenimiento matutino. El viento, custodiando el legado de la atmósfera urbana, arrastra el fantasma de las hojas del otoño y transporta sin rumbo dos entradas de un concierto programado para la noche posterior. Los transeúntes se desplazan con una prisa calculada y sus buenos días se traducen en suspiros ahogados por el eco de los pasos. Algunos visten abrigos para evadirse de la falta de calidez que habita bajo su piel. Nadie piensa en hadas, ni en violines ni miradas. Nadie se acuerda de los fuegos artificiales, ni de las nubes con formas de animales sobre un cielo azul.

No quedan sueños en las noches que le añadan anhelo a la vida.

viernes, 14 de febrero de 2014

Una mirada sin refugio

Se liberan dulcemente del amago nocturno, del polvo de la eternidad, dejando como único indicio de presencia un verso lejano. Acto seguido se reúnen entre el gentío sin rostro, justo donde convergen las calles del olvido y se entregan al resplandor que ofrece una mirada concreta, una mirada sin refugio y con destellos de silencio en el nombre. Alguien la busca, la observa desde la distancia, desde el puente y desde la proa del barco sin rumbo, y se desvanece en el instante en el que se cruzan sus pensamientos. Cae entonces una palabra del verso al charco profundo, por cuya superficie danza una figura etérea, tal vez aquella que habita en la sombra del día; el fantasma del resplandor sin refugio.

Quién sabe dónde se reúnen las palabras perdidas o a dónde van aquellos que no grabaron su nombre en la memoria ajena. Quién sabe por qué, de vez en cuando, la ausencia de dos estrellas persiste en el firmamento.