viernes, 21 de febrero de 2014

El último eco

Y cae el telón con sórdido llanto, abrazando la sala que poco a poco es designada por la solitaria penumbra. Mientras, el público envuelve la estancia con aplausos inertes y el eco distante se filtra por las puertas que jamás volverán a verlo suspirar: son ahora las sombras quienes aclaman la obra. Al instante, una de ellas, anónima y atrevida, permite a la primera lágrima recorrer su rostro, de modo que las demás comienzan a explorar el lugar, eternamente atadas al llanto de una canción perdida entre los últimos vestigios de sonido. El guión y la música caen sepultados, con ingrávido pesar, entre el polvo y la nostalgia que inundan el escenario sobre el que vagan los fantasmas de las sonrisas que una vez allí afloraron. El resto aguardan escondidos el foco de luz que arranque la tristeza yacente en los asientos, pasillos y paredes; pero ese foco nunca llegará, por lo que recae sobre el tiempo el protagonismo de la historia.

No hay voz que indique el ritmo y pocos son los que saben tocar un instrumento mudo o darle vida a las notas del viento. Sólo quedan sombras y el recuerdo inmutable de aquella última obra en la mente de nadie. Sólo queda silencio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario